En el segundo año del reinado del emperador
Jing de la dinastía Han, en la prefectura de Yingling, vivió un hombre capaz de
provocar encuentros entre vivos y muertos.
«Créeme –le dijo un día un vecino viudo
desde hacía ya bastantes años–, que daría mi vida por volver a ver a mi mujer.»
«No te aflijas, que yo te ayudaré a que la veas –me respondió–, siempre que me
hagas caso en esto: si, cuando estés ya con ella, oyeras tambores sonar, sal
rápido de dónde estés, ¿entendido?, no te quedes.»
El vecino asintió, el otro
le explicó qué había de hacer para llegar a ella y al cabo de no mucho tiempo
la vio ante sí, y habló con ella, y se sintió tan desdichado como dichoso, y se
hundió con ella en la emoción de estar juntos otras vez y en el amor que habían
sentido cuando en vida. Y así huyeron horas, y oyeron también sonar, y al
cruzar el umbral al irse, se le enganchó la túnica en el quicio de la puerta, y
la desenganchó de un tirón y salió,
quedando un trozo de tela atrás.
Al cabo de un año le llegó a aquel hombre la
hora de la muerte. Fueron a enterrarlo y, ya en el interior del panteón familiar,
todos vieron que había, enganchado en la lápida de la tumba de su esposa, un
trozo de tela.
En
Cuentos fantásticos chinos, Seix Barral, 2000
¡¡Muy chulo!! Me encanto. Eso si es verdadero amor!!
ResponderEliminar"se sintió tan desdichado como dichoso""
ResponderEliminarMt
Un claro ejemplo de cómo el lenguaje común no es muy dado a la razón estadística: si se suma desdicha y dicha a la misma intensidad, el resultado es cero. Pero no parece eso igual a la neutral serenidad, ¿verdad?
EliminarLas matemáticas serán la madre de todas las ciencias; que digo las ciencias, del universo diverso entero; pero optimistas, lo que se dice optimistas, no te son, eh... ¿Más por menos?... Lo dicho.
EliminarPone los pelos de punta. Muuuuuy bueno
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