Noelia Paz - El viaje de los niños invisibles

  Calculo que rondaría los cuatro años cuando llegamos a nuestra nueva casa. En ella siempre recibíamos visitas; familiares, amigos o compañeros mi padre. Generalmente, seguían un protocolo común; incluía una frase hecha acompañada por una sonrisa a juego, y el consiguiente besuqueo de cortesía. No me desagradaba su presencia cuando se mostraban respetuosos.
 

  Algo que me llamaba mucho la atención en aquella etapa eran los
aromas tan identificativos que desprendían las visitas habituales, como si llevaran incrustados en sus tejidos los hábitos cotidianos. Los podía diferenciar de los forasteros, que exhalaban de un modo muy peculiar los diversos aromas de otras tierras. Me divertía escuchar sus peculiares acentos; por un lado parecían formar parte de la disparatada obra de Mozart; “Divertimento para trío de cuerda” y por otro simulaban la melodía un violín.
 

  Se suponía que debería decir alguna palabra suelta, a modo de presentación, sin embargo recuerdo que todavía no articulaba ni una sola palabra. Esto se traducía en situaciones que me resultaban de lo más embarazosas; para colmo algunos con torpeza se dedicaban a apretujar mis mejillas o me atusaban el pelo –en un vano intento de hacerse los graciosos-. Los más osados, directamente pellizcaban mi barbilla si no respondía a sus insistentes interrogatorios; nombre completo, edad, aficiones… - Llegado ese punto no dudaba en esconderme irritada o me atrincheraba en la indiferencia. Me sentía invadida, molesta y subestimada –además de conocer su idioma, percibía su cinismo-.
 

  En ocasiones se anticipaban sacando conjeturas en voz alta, hasta que por fin, llegaban al veredicto; “no entiende nada”. Con aquella suposición me otorgaban “ciertas ventajas”; una vez enfrascados en sus conversaciones, me disponía a escucharlos y observar sus ademanes. Guardando una distancia prudencial analizaba cada detalle, sin inmutarme ante la posibilidad de ser descubierta; los asediaba con una mirada fija, interminable y totalmente irrespetuosa.
 

  Mis padres me obligaban a permanecer sentada hasta terminar el almuerzo y por fin daban por concluidas sus charlas de sobremesa.
Cuando me invadía el aburrimiento, inventaba un juego para sobrellevar la situación; profundizaba sin disimulo en el telón de sus ojos y lograba vislumbrar desde aquella ventanita todos sus escenarios. Una vez allí, necesitaba conocer, de primera mano, a los actores principales de sus vidas. A medida que fui creciendo me descubría descifrando las certezas que convivían en su interior y las estrategias que utilizaban para sobrevivir a sus propias circunstancias. Al principio me equivocaba, sin embargo, con el tiempo, solía acertar al primer golpe de vista con cada uno de los invitados. La mayoría sorteaban sus inquietudes aferrándose a un mismo hilo conductor; la esperanza, el mañana, el futuro.
 

  En sus tertulias -por más que trataban de camuflarse o guarecerse-, intuía cómo se esforzaban por reconstruir sus vidas, o bien, se afanaban en mantener el rumbo, ayudados por un imaginario piloto automático. Todas las ansias de viajar de antaño y descubrir se confinaban en su equipaje de mano; limitándose a dejarse llevar por el monótono trayecto de un tren de cercanías. Así traducía e interpretaba a mi manera sus comentarios. Llegó a ser duro el viaje por aquel complejo entramado humano plagado de héroes de barro.
 

  Me entretenía observando el entorno sin bajar la guardia, manteniendo una distancia prudencial con los cercados espinosos. Se trataba simplemente de unos retazos rudimentarios con los que dar color a mi imaginación; simplemente jugaba, mientras ellos se entretenían… En el fondo reconocía que no estaba bien lo que hacía, acomodándome en el mutismo, sin tener en cuenta la preocupación de mis padres.

  Se sumaron a estos motivos la impotencia emergente de ser una mera observadora. Había llegado el momento de abandonar mi actitud desafiante. No obstante, mis nuevos planteamientos me causaron angustia y miedo. Me vi en medio de aquellos escenarios en los que tantas veces había fisgoneado. De repente algo me había cambiado en aquellas cruzadas; sabía que era demasiado tarde para retroceder.
 

  Llegó el momento de hablar, comunicarme, abandonar mi reducto... Ya había cumplido los cinco años y todos se habían tranquilizado con las primeras palabras, luego llegaron las frases… Reinaba la harmonía en casa, pero duró poco. Sometida a un interminable tedio, se me ocurrió otro de mis “excéntricos jueguecitos”; dedicarme profesionalmente a ser una niña invisible.


12 comentarios:

  1. Qué chulo, Noelia! Me recuerda un poco a aquella niña de La metafísica de los tubos de Amelie Nothomb.

    Y la Ofelia, claro, me encanta.

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    1. ¿La Ofelia de Shakespeare o la de Millais?

      Ah, y qué divertido es el libro de doña Nothomb, Amélie, que recomiendas...

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    2. Pobre Ofelia! Su triste historia no me gusta nada, pero tanto Millais como Shakespeare convierten su muerte en poesía y consiguen que nos olvidemos de su corazón roto. Difícil elección, pues; pero el 31 de agosto, obviamente, hablaba del cuadro. ¡Tanto, tanto, no se me va la pinza!... Por ahora :p

      Hay un sauce de ramas inclinadas sobre el arroyo
      que en el cristal del agua deja ver sus hojas cenicientas.
      Con ellas hizo allí guirnaldas caprichosas,
      y con ortigas, y margaritas, y esas largas orquídeas
      a las que los pastores deslenguados dan un nombre grosero,
      pero nuestras doncellas llaman dedos de muerto.
      Cuando estaba trepando para colgar su corona de hojas
      en las ramas sesgadas, una, envidiosa, se quebró,
      cayendo ella y su floral trofeo
      al llanto de las aguas. Su vestido se desplegó,
      y pudo así flotar un tiempo, tal como la sirenas,
      mientras cantaba estrofas de viejos himnos,
      como quien es ajeno al propio riesgo,
      o igual que la criatura oriunda de ese elemento
      líquido. No pasó mucho tiempo
      sin que sus ropas, cargadas por el agua embebida,
      arrastraran a la infeliz desde sus cánticos
      a una muerte de barro.
      Gertrudis

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  2. A mi también me gustó, Noelia.

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  3. Vas entrando en la historia, que se va abriendo, abriendo hasta el final tragico

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  4. Sé que lo habéis visto todos, que sois listísimos, pero no pasa nada por escribirlo aquí, que estos comentarios se leen después del cuento.

    ¿A qué célebre causa, tristemente de actualidad, se acerca esta historia?

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  5. Hola, gracias a todos por leer esta "pequeña historia". Tenía para la ocasión otros relatos, que, por falta de tiempo, no he podido presentar en esta convocatoria.
    Ya de paso me gustaría reconocer el cuidado trabajo del ilustrador. ¡Son realmente hermosas y acertadas las imágenes que acompañan al texto!.

    Por otro lado, también ha sido un grato placer leer los relatos de los otros/as compañeros/as. Es curiosa la genialidad y la destreza con las que se pueden contar y profundizar en diversos temas sin dejar de hacer hermosa una lectura.

    Un abrazo a todos/as.

    Noelia Paz

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    1. Gracias a ti por ser tan valiente y compartirlo para que todos lo podamos disfrutar.

      Valiente y veraz, como aconsejaba el Hemingway de Woddy Allen a Gil Pender. En el buen camino, pues.

      :-*

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    2. Me sumo a las felicitaciones de Marta RVm Noelia.

      ¡Tu historia es conmovedora!

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    3. Yo también te felicito Noelia, y te animo a continuar, te leeré encantada!!!!
      Tu relato me ha dado que pensar, cuanta actividad y energía se esconde en el silencio....

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