Todo empezó el día que Isabel le espetó a la cara a Carlos que ya no
estaba enamorada de él: ¿Me estás escuchando, Carlos?...se hace el
silencio. Carlos parece no atender a las palabras de su mujer. Lleva
prisas; ha quedado con unos amigos para tomarse unas birras... ¿Qué
estás diciendo? Lo que acabas de oír...Ya no estoy enamorada de ti.
¡¡Estás de coña!! ¿No lo dirás en serio? El semblante de Isabel se puso
duro y serio como una piedra. Isa, no estoy entendiendo nada. Tenemos
una niña en común con la que somos muy felices, una casa, un trabajo. No
nos falta de nada. Somos la envidia de nuestros amigos. ¿Qué es lo que
se te ha metido en tu cabecita de chorlito para que me digas algo tan
disparatado? ¿Quién toma las decisiones en esta casa? -Ella lo escucha
perpleja. ¿Vas a romper la armonía que hemos conquistado
después de diez años juntos? ¡¡Somos una familia feliz!! ¿Qué más
quieres? Te lo he dado todo. Todo lo que has querido lo has tenido. No
me vengas ahora con que ya no estás enamorada de mí. Porque aquí, entre
nosotros, lo más importante es esta armonía que tenemos. Ya no
discutimos. Tú ya hablas poco... Siempre hemos estado de acuerdo en que
yo tomaba las decisiones importante. Sí, Carlos, pero esta es la única
decisión que es mía. Solo mía; y no tiene vuelta atrás. Me resultas
insoportable, aburrido, infantil. ¡Patético!
Siempre has querido tenerlo
todo controlado; que la casa esté atendida; la comida en la mesa; la
niña cuidada. Sí, los fines de semana salimos en familia, y a veces,
nosotros nos escapamos algún finde dejando a la pequeña con los abuelos.
Entonces, si todo está ordenado, en su sitio, la niña atendida y yo
también...¿Qué es lo que me pasa? ¿Por qué ya no estoy enamorada de ti?
Porque me siento enjaulada.
Tú me lo das todo; a cambio quieres de mí obediencia casi absoluta. No
puedo salir a ningún sitio sin que tú lo sepas. Si no te he dicho adónde
voy cuando llego a casa me vacilas: ¡que ya te escapaste del corral!
¡Me humillas! Pero tú lo tomas como algo natural. Para ti las cosas
deben ser así: deben seguir un orden natural. Sin embargo, yo lo vivo en
mis propias carnes como algo muy humillante que se transforma en una
herida incurable. Dice el refrán que el tiempo cura las heridas. Pero lo
que queda callado, silenciado, no cura nunca. Vuelve, retorna como un
viento huracanado y después ya es tarde. -¡Estás loca, majara! ¡No sabes
lo que dices! Abre la puerta de casa y la cierra de un portazo. Acaba
de acordarse que tiene una cita con sus amigos de juerga.
Comparto un fragmento dun poemas de Manuel María que vén á miña cabeza.
ResponderEliminarFuches ti quen me deprendeu
que o amor é un esforzo.
Que se fai intre a intre,
día a día,
ano a ano,
vida a vida.
O amor é manter acesa
a chama inexplicable
que nos deslumbrou,
coidar a roseira
que naceu sen saber como
na terra do noso sentimento
Ou similar, vaia; que non o dou atopado.
Noraboa, Literuxio.
¡Gran descubrimiento, Marta!
EliminarEsta muy bien la idea de que siempre hat salida
ResponderEliminarLa esperanza, siempre.
Eliminar¡Gracias por el aporte!
Corazones rotos...
ResponderEliminarDeberían hacerlos irrompibles, ¿no? - ¡Aunque se perdería bastante emoción!
EliminarYa no discutimos. Tú ya hablas poco...
ResponderEliminarEsa es la herida que no cura la incomunicación y la insensibilidad
Así es, Loliña. Las grandes roturas empiezan por un pequeño desgarrón... ¡Siempre hay que tener preparada la aguja y el hilo!
EliminarEl amor hay que cultivarlo todos los días, ¿no?
ResponderEliminarEso es. El amor viene siendo otra variedad de lechuga. :p
EliminarY los enamorados unos lechuguinos ;)
EliminarAlgunos, con corazón de roble...
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