
La leyenda sitúa los restos del monarca británico en la abadía de Glastonbury, en el apacible Somerset, Inglaterra. Los arqueólogos
datan la fundación de la iglesia en el siglo VII, pero la leyenda retrocede aún más en el tiempo, y sitúa su fundación mítica en el año 63, cuando José de Arimatea llegó a las islas con la copa de la última cena, el santo Grial.
En 1184, un incendio destruyó el monasterio, pero, ¡qué suerte!, siete años después se descubrió la supuesta tumba del gigantón
Arturo y la rubia lady Ginebra, lo que, lógicamente, atrajo a un importante número de peregrinos, deseosos de poder sentir cerquita el poder de Avalon.
La cosa duró hasta, que, ay, el rey de los divorcios, Enrique VIII, disolvió los monasterios y, con ello, el enclave quedó abandonado.
A día de hoy, solo quedan ruinas, lo que quizá haga aún más intrigante el paisaje: la naturaleza recupera su trono.

¿Y si le preguntamos a nuestra Morgana?
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